Diccionario Biblico: Verdad


Significado de Verdad

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(heb. zemeth, "algo firme [sólido, válido, auténtico]"; gr. aletheia).

Según los clásicos griegos: "no ocultación" (a-lthes) o "lo visto (expresado,
indicado) como realmente es". Según el NT: "lo que tiene certidumbre (certeza,
fuerza)" o "aquello en que se puede confiar".

Aletheia se refiere a la "verdad" en cuanto al amor de Dios el Padre por los
pecadores tal como se reveló en el plan de salvación y en el Salvador encamado.
Por tanto, aletheia se corresponde con el heb. zemeth cuando éste tiene el
significado de "fidelidad", "confiabilidad". Términos relacionados con
aletheia son althes (que cuando se refiere a personas significa "genuino
[verdadero]", "honrado", "sin maldad"; en el NT se aplica a Jesús y a Dios pero
no a los seres humanos. excepto 2 Co. 6:8), althinós ("real", "auténtico",
"verdadero", "digno de confianza") y althos ("en verdad [verdaderamente]",
"ciertamente", "en realidad").

zEmeth, en la mayoría de los casos no se refiere a la verdad doctrinal, es
decir, a un conjunto de creencias. Más bien se refiere al principio de la
"fidelidad". Cuando se aplica a Dios quiere decir que él es leal consigo
mismo, que actúa en armonía con sus propios atributos divinos (el vocablo
deriva del verbo heb. zâman, "ser seguro", "ser firme"). Un vocablo
íntimamente relacionado con zemeth es zemunah ("firmeza", "fidelidad"), que
muchas veces es traducido como "verdad", pues sólo lo que es verdad puede ser
digno de una confianza plena y firme.

La Biblia es clara en cuanto al tema de la verdad; no se tolera otra cosa.
Dios es el "Dios de verdad" (Is. 65:16; Sal. 31:5; Dt. 32:4), el Hijo es verdad
(Jn. 14:6) y el Espíritu es verdad (1 Jn. 5:6). La Palabra es verdad (Jn.
17:17) y la ley es verdad (Sal. 119:142). Todas las obras de Dios son verdad
(Dn. 4:37), sus consejos son verdad (ls. 25:1) y sus juicios son verdad (Ro.
2:2). Jerusalén es la ciudad de verdad (Zac. 8:3) y la iglesia es columna y
valuarte de la verdad (1 Ti. 3:15). Los seres humanos deben llegar al
conocimiento 1192 de la verdad (2:4) y los que no la creen serán condenados (2
Ts. 2:12). Dios no sólo desea una conformidad exterior con la verdad; desea
que haya verdad "en lo íntimo", en el corazón (Sal. 51:6; 15:2).

Pero es evidente que las Escrituras están más interesadas en la demostración
viviente de la verdad que en una presentación sistemática y teórica de la
verdad. Por tanto, dice que el hijo de Dios debe ser motivado por una pasión
por la verdad; es un representante del Dios de verdad. En primer lugar, debe
amar la verdad, porque ella le da libertad (Jn. 8:32).

Habiendo llegado al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4), por medio de la
obediencia a la verdad (1 P. 1:22), debe ser santificado por la verdad (Jn.
17:19). El Espíritu lo guiará a toda verdad (16:13) y, como lo hiciera Cristo,
también él dará testimonio de la verdad (18:37). Su testimonio por la verdad
será presentado en amor (Ef. 4:15), y el amor será el amor de la verdad (2 Ts.
2:10). La persona que esté llena del amor a la verdad será veraz en todo
cuanto haga. Odiará y evitará toda clase de simulación e hipocresía; sus
motivos nunca serán dudosos. Su "sí" será "sí", y su "no" será "no" (Stg.
5:12). No se enorgullecerá de su franqueza, ni herirá innecesariamente a
otros, pero con humildad corregirá a "los que se oponen" (2 Ti. 2:25). Será
considerada como una persona en cuya palabra se puede confiar.

Si bien existen diversas especulaciones filosóficas acerca de la naturaleza de
la verdad, en las Sagradas Escrituras se la concibe estrechamente vinculada con
la salvación del ser humano (Ef. 1:13). Según este último concepto, "verdad"
es mucho más que una simple colección de afirmaciones que, como es obvio, no
pueden tener en sí mismas la salvación. Finalmente, la verdad debe llevarnos a
quien es "el camino, y la verdad, y la vida" (Jn. 14:6), porque todo impulso
noble que surge en el alma, ya sea de cristianos o de no creyentes, deriva de
esa Fuente. Para que haya una verdadera recepción de la verdad, es necesaria
la influencia del Espíritu Santo (1 Co. 2:12-15). La palabra escrita o
hablada, como la semilla que cae en tierra poco fértil, no tiene poder para
cambiar la vida a menos que esté acompañada de la Palabra viviente, "la
Verdad", e "inspirada" por el Espíritu.

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