Diccionario Biblico: Samuel


Significado de Samuel

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(heb. Shemûêl, quizás "oído por Dios", "pedido a Dios" o "Dios ha oído"; gr.
Samouel).

Por interpretación se le ha dado el significado de "Nombre de Dios"; pero
parece que su madre quiso significar "Dios ha oído", una combinación del verbo
shâma{ y del sustantivo Êl.

Primer gran profeta de Israel después de Moisés, Jeremías lo ubica al lado del
gran legislador Moisés (Jer. 15:1). Su padre, Elcana, era un levita de la
familia de Coat (1 Cr. 6:26, 33, 34) que vivía en el territorio de Efraín,
razón por la cual también se lo consideraba efraimita (1 S. 1:1). La ciudad
donde vivía se llamaba Ramataim de Sofim (Ramá; 1:1, 19; 2:11), ciudad que tuvo
diversas identificaciones, pero tal vez la más acertada sea asimilarla a la
moderna Ramallah (véase CBA 2:457-459).

El relato bíblico dice que Elcana tenía 2 esposas: Ana y Penina. La 1ª era su
favorita, pero era estéril (1 S. 1:2, 7, 8). Luego de un profundo examen de
conciencia y mucha oración, Ana hizo la promesa de que si Dios le daba un hijo,
lo dedicaría al Señor como nazareo. Dios escuchó su oración y le dio un hijo,
a quien le puso por nombre Samuel. Después de su destete lo llevó al sumo
sacerdote Elí, que vivía en Silo, con el fin de que lo preparara en el
tabernáculo para el servicio del Señor (1:9-28). En Silo, Samuel vivía en una
habitación contigua al santuario y muy cerca de la del sumo sacerdote, vestía
un sencillo efod de lino, la vestimenta de los sacerdotes y levitas, y llevaba
a cabo tareas sencillas, como ser abrir las puertas del santuario en la mañana
(2:18; 3:1, 3, 4, 15). Según Josefo, aún era un niño (12 años) cuando el Señor
le reveló el castigo que recaería sobre la casa de Elí por causa de la conducta
profana de sus hijos (porque no los había corregido como debió hacerlo;
3:1-18). El Señor se le apareció a Samuel en otra oportunidad, pero el mensaje
que contenía esa revelación no ha sido registrado. Como resaltado de todo
esto, la nación lo reconoció como profeta cuando llegó a la adultez (vs 20,
21). Con el tiempo, los juicios de Dios cayeron sobre Israel y la casa de Elí.
Sus hijos murieron en la batalla, el arca cayó en poder de los filisteos y el
sumo sacerdote falleció, tal vez de un ataque cardíaco, al oír las noticias del
desastre (4:1-18). Las evidencias arqueológicas revelan que la destrucción de
Silo se produjo alrededor de esa época, quizá por los filisteos. Nunca más se
menciona a Silo (fig 464) como sede del santuario, sino sólo como lugar
desolado (Jer. 7:12-14; 26:4-6), pues cuando el arca les fue devuelta a los
israelitas, quedó en Quiriat-jearim, donde estuvo por muchos años (1 S. 7:1,
2).

Desde entonces se convirtió en líder, profeta y juez de Israel. Exhortó a la
nación a abandonar los ídolos y a servir sólo al verdadero Dios. En Mizpa,
probablemente la moderna Tell en-Natsbeh, reunió al pueblo para que hiciera un
pacto con Dios. Los filisteos creyeron que esa gran asamblea tenía intenciones
hostiles, y la atacaron. Animados y conducidos por Samuel, los israelitas
combatieron valientemente y lograron una gran victoria sobre sus enemigos; de
ese modo recuperaron su libertad. Mientras Samuel fue su líder, los filisteos
no los molestaron más (1 S. 7:3-14). Ese triunfo reafirmó su autoridad como
juez indiscutido del país. Cada año administraba justicia en Gilgal, Betel y
Mizpa, además de Ramá, la ciudad de residencia (vs 15-17). Parece que para el
desempeño de estos deberes Samuel contaba con la ayuda de 1048 profetas que
vivían en comunidades. La primera mención que se hace de ellos es en sus días
(10:5; 19:20).

Al avanzar en años, Samuel nombró a sus 2 hijos como jueces adicionales y los
ubicó en Beerseba, en el límite meridional del país. Pero, a diferencia de su
padre, eran corruptos, y la gente se quejó de ellos. Insatisfechos con la
falta de continuidad de una dirección sólida, los israelitas llegaron a la
conclusión de que el establecimiento de la monarquía sería la mejor solución
para sus problemas políticos. Por eso le pidieron que nombrara un rey sobre
ellos. El profeta no aprobó este pedido, e incluso lo tomó como una
disconformidad con su administración. Pero Dios le ordenó que accediera a las
demandas del pueblo, señalándole que al expresar su deseo de pasar de una forma
teocrática de gobierno a una monarquía, no lo estaban rechazando a él, sino al
dirigente supremo, a Dios mismo. Samuel recibió instrucción de advertirles
acerca de las desventajas de su decisión, y de las inevitables consecuencias
que iba a traer aparejadas sobre la vida de todos ellos este cambio de gobierno
(1 S. 8:1-22). Al seguir las indicaciones de Dios, Samuel ungió a Saúl,
primero en privado en Ramá y después en una ceremonia pública en Mizpa (cps 9 y
10). Una tercera ceremonia se celebró en Gilgal después de la victoria de Saúl
sobre Nahas, rey de los amonitas (11:14-12:25).

Pero la conducta de Saúl pronto le reveló a Samuel que había razones para
albergar gran preocupación. El nuevo rey comenzó a manifestar una actitud
independiente y una persistente desobediencia a la conducción divina. En
consecuencia, el profeta se vio obligado a decirle primero que su reino no iba
a continuar (13:8-14), y más tarde que le sería quitado (15:22-29). Samuel no
volvió a ver a Saúl después de este incidente, aunque se lamentó por él (v 35).
Luego, por orden de Dios, cumplió la peligrosa tarea de ungir a David como rey
de Israel, aunque Saúl todavía estaba en pleno ejercicio de sus poderes
(16:1-13). Cuando Saúl comenzó a perseguirlo, David se refugió temporalmente
junto a Samuel (19:18, 19). Poco después de esto el anciano profeta falleció,
y David huyó como fugitivo al desierto del sur de Judea (25:1). Samuel aparece
otra vez en relación con la visita que el rey Saúl hizo a una médium
espiritista (nigromante) que ejercía ilegalmente su profesión en Endor. Saúl
le pidió a la mujer que lo contactara con el fallecido profeta. El espíritu
que se le apareció a la mujer durante la sesión pretendió ser Samuel, y predijo
la muerte* de Saúl (1 S. 28:3-19). Que este espíritu no era el del fallecido
Samuel resulta evidente por las Escrituras, que enseñan que no hay conciencia
después de la muerte y condenan la nigromancia y el espiritismo por ser obras
del demonio.

Samuel fue un gran hombre. En el NT aparece entre los héroes de la fe (He,
11:32). Se manifestó como un dirigente político que recuperó la independencia
y la libertad de su pueblo, y que logró conservarla durante el largo período
que duró su administración. Estuvo en comunión con Dios desde su infancia, y
constantemente obró en consonancia con la dirección divina. Como juez gozó de
la alta estima del pueblo por su imparcialidad, su lealtad y su honestidad.
Como fundador del reino de Israel manifestó humildad y prudencia al ponerse a
un lado cuando el pueblo solicitó un nuevo líder. Por otra parte, era un
hombre que no aceptaba transigencia alguna cuando estaba en juego el honor de
Dios o cuando no se había llevado a cabo una orden directa del Señor. La
cruenta severidad ejercida contra Agag (1 S. 15:33) es una ilustración de esto.
No obstante, Samuel tenía un corazón tierno. Constantemente oraba por su
pueblo (12:23) y nunca dejó de amar a Saúl, aun cuando se vio obligado a
rechazarlo como rey. Desgraciadamente sus hijos no siguieron sus pasos (8:3).

Bib.: FJ-AJ v.10.4.

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